Estamos apegados a la idea de nosotros mismos. Construimos una personalidad con mucho cuidado y atención. ¿Cuánto tiempo del día gastamos en ello? Ante la mínima oportunidad expresamos:
- Me gusta esto…
- Yo soy así…
- No soporto aquello…
- Solo disfruto hacer estas cosas…
Es como construir una cárcel.
Cada vez que nos definimos, levantamos alrededor de nosotros como una muralla. Incluso tomamos en serio esa personalidad como si no fuera, realmente, solo un artificio del ego para sobrevivir.
La personalidad que construimos con ahínco se convierte en un obstáculo cuando deseamos establecer relaciones, y más aún cuando queremos comenzar una relación de pareja; nos apegamos a las imágenes de nuestra personalidad, nos encerramos en nuestra cárcel, cuando el corazón necesita abrirse.
Suele suceder que nos colocamos ante la pareja con ideas preestablecidas como: yo soy así, a mí me gusta esto, yo solo aceptaría este tipo de mujer/hombre, para mí la relación de pareja consiste en….
Nos presentamos ante el otro con estas sentencias, como si fueran etiquetas, una sobre la otra sobre nuestra piel visible hasta que nos cubren por completo, ¿dónde queda el espacio para lo nuevo que trae la pareja?
Cada etiqueta se convierte en un prerrequisito que la otra persona debería cumplir para estar con nosotros. ¿Acaso llegará alguien que satisfaga nuestra lista? Cada etiqueta se erige como un barrote en la cárcel de nuestra personalidad y nos impide salir para tomar a la otra persona, a la pareja.
Las etiquetas de nuestra personalidad no son parte de nuestro verdadero ser, solo es un mecanismo para proteger nuestra alma, para sobrevivir en el mundo. Si nos quitásemos las etiquetas, quedaríamos desnudos como realmente somos: pura esencia humana abierta a infinitas posibilidades, con un corazón latiendo, expandiéndose ante lo que la vida le presenta.
Mientras que las etiquetas solo sirven para afirmar a un yo individual, personal y aparentemente único. Para entrar a la relación de pareja es necesario desligarnos paulatinamente de lo que consideramos “nuestro yo”.
Para algunas personas esto podría resultar una especie de pérdida de la individualidad, pero cuando estás en la pareja ya no eres más un individuo, de hecho, ahora la pareja conforma una nueva alma, producto de dos seres que unen sus destinos para algo más grande.
Porque sí, la función de la pareja no es servir a los deseos de los individuos ni satisfacer las exigencias de las personalidades. Las parejas, entre hombre y mujer, entre hombre y hombre, entre mujer y mujer, entre dos seres humanos, sirven a un propósito más grande que es la continuación de la vida (y no solo con los hijos). Quizá en otra ocasión hable más de esto.
IMAGEN: La Cárcel de amor de Diego de San Pedro, Barcelona 1943.