Cuando era adolescente tenía algunas amigas con las que disfrutaba pasar el tiempo. Hacíamos todo tipo de cosas que nos parecían divertidas. Esperábamos a los chicos saliendo de la escuela, nos citábamos en casa de alguna para mirar durante horas videos musicales, bailábamos, reíamos; por supuesto, nos contábamos todo sobre el primer amor y el primer desamor. La plática entre amigas podría durar horas y continuar por días.
De repente la dinámica cambió, cada una en su trabajo, comenzando a formar su familia, madurando cada una a su paso. Cuando veo a estas amigas, platicamos también, pero ahora para actualizarnos sobre nuestras vidas. Llama mi atención que, aunque rozamos los 30, los temas de conversación siguen en la misma línea que cuando éramos adolescentes. Contamos nuestra vida como parte de una anécdota escolar o como un lamento juvenil sobre la familia, el trabajo, la pareja y sobre nosotras mismas.
Con poquísimas mujeres me puedo sentar a -lo que yo llamo- reflexionar, a hablar sobre temas que vayan más allá de lo doméstico y personal: sobre la situación económica del país, sobre política, o sobre la mente y la espiritualidad. Incluso con poquísimas mujeres he podido conversar sobre el ser mujer como individuo en el mundo. Llego a pensar que estos temas están muy lejos de los intereses de la mayoría de las mujeres.
No quiero decir que hay una falta de capacidad reflexiva en las mujeres. No, por favor. Mujeres y hombres, en una buena sesión de contemplación, pueden llegar a indagaciones certeras sobre la realidad; sin embargo, me doy cuenta de que, como género, nos cuesta trabajo salir de la vorágine para llegar a sitios más profundos.
Y creo que es por una causa obvia pero importante. A las mujeres mexicanas, aún en el siglo XXI, nos hace falta satisfacer muchas de las necesidades básicas, antes de sentarnos a conversar libremente y observar nuestro estar en el mundo.
Sabemos que para llegar al reconocimiento del ser antes es necesario tener cubierta la alimentación, el sostén económico, la seguridad física y el bienestar en la salud. ¿Cuántas mujeres mexicanas podemos decir hemos satisfecho estas necesidades? Datos de 2014.
Cuando la mera supervivencia ya no sea un tema de preocupación para las mujeres, quizá podamos comenzar una reflexión sobre nuestro género y nuestro ser en el mundo, e ir más allá del drama personal y cotidiano que no podemos resolver actualmente.
Mientras tanto, somos como las leonas. Aún vivimos sometidas al patriarcado, a las necesidades del hombre, no solo como género masculino sino como concepto. Cuántas mujeres, como las leonas, además de tener a sus crías, necesitan también salir a cazar para alimentar a su camada. Como las leonas, las mujeres somos bastante astutas, fuertes y capaces de conseguir nuestro sustento. No obstante, si el macho lo desea, puede matar a nuestras crías, destruir aquello que le da razón a nuestra vida, nuestra dignidad. Los machos demuestran su poder y deciden, entre ellos, quién se queda con nosotras. Incluso si exiliamos macho no es para permanecer solas, llega otro a tomar posesión del territorio y de la manada.
Me incluyo en esta narración pues, aunque haya algún porcentaje afortunado de mujeres que pueden librarse y liberarse de los condicionamientos sociales, no podemos negar el hecho de que las mujeres mexicanas vivimos las consecuencias de una opresión de género que se ha dado durante siglos.
Quiero dejar en claro que esto lo escribo sin ningún tipo de resentimiento hacia el género masculino. Tampoco quiero decir que las conversaciones de mujeres sean superficiales. Nada de esto es un manifiesto feminista. Solo deseo señalar un aspecto del problema, para comenzar a reflexionar. Para tomarme cinco minutos para hablar contigo como mujer, sobre un tema de mujeres.