La belleza no es sino el advenimiento de lo terrible

O al revés. Lo terrible es el advenimiento de la belleza.

El 19 de septiembre avisaba que sería un día largo. Lo comencé a las seis de la mañana. Ese día tenía clase en la universidad, pero antes, debería ir a una reunión laboral y antes, terminar algunos pendientes de la casa. Para lograr mis propósitos, me levanté temprano a barrer y trapear los cuartos principales de mi hogar. Me gusta comenzar siempre por el interior antes de ir afuera, primero limpio lo de adentro y después atiendo los asuntos del exterior. Lavé trastes, revisé mensajes de mis estudiantes en línea, me bañé y vestí, preparé mi bolso con material didáctico y me dirigí a la reunión programada a las 9 a.m.

Aunque una fuga de agua sobre la Avenida Insurgentes hizo que la circulación se congestionara por algunos minutos, logré llegar más o menos a tiempo a la reunión. Más o menos a tiempo para los eventos que fueron aconteciendo.

Nos informaron que a las 11 habría un simulacro. El que se hace cada año en conmemoración de ese otro sismo del 19 de septiembre de 1985, que no viví, decía yo. Pero ya lo viví.

Durante el simulacro me pregunté qué pasaría si este sismo fuera real. Cómo bajaríamos de un edifico de 6 pisos más de doscientas personas. Qué lugar sería el más seguro para nosotros en la estrecha calle de Altavista, ex camino al Desierto de los Leones, llena de edificios de reciente construcción, todos ellos de más de seis pisos; cuál sería nuestro lugar de seguridad en esa callecita siempre saturada de automóviles que suben a Periférico y bajan a Insurgentes. De qué manera se podría guardar la vida de las más de 500 personas que, en pocos minutos, poblaron la calle durante el simulacro. Pero solo era un simulacro. Así que no importaba tanto que algunos refunfuñaran por tener que participar, que otros se detuvieran obstruyendo las banquetas, que no estuviera claramente señalizada la salida. Que un auto pitara desesperadamente para que lo dejáramos pasar, porque detuvimos su ruta dos minutos por el tonto simulacro. Incluso el expositor de la reunión, una vez que regresamos a la sala, nos pidió disculpas por el tiempo perdido. Disculpe usted por este simulacro hipotético de 8.0 en la escala de Richter, con epicentro en Guerrero. Todo ángel es terrible. Todas las hipótesis piden su comprobación.

Todo ángel es terrible

Sin haber vivido el sismo del 19 de septiembre de 1985. Después de la comprobación de la hipótesis que solo falló por algunos grados y unos estados de diferencia, presentí que aquellas escenas conocidas por reportajes, documentales y películas donde aparece el Papa, se repetirían. No ví caer ningún edificio, no vi ningún desastre durante los tres minutos que duró el sismo, pero la hipótesis comprobada nos decía, a las miles de personas que andaban de un lado a otro en las calles, que aquellas escenas se estaban repitiendo. Dos tiempos estaban sucediendo como universos paralelos, un pasado aparentemente superado y un presente redivivo.

Y es que los ángeles, se dice, a veces no distinguen si están entre los vivos o los muertos, si están en 1953, en 1985 o en 2017.

Después de dos horas caminando sobre Insurgentes para llegar a la casa y ver que paredes, tanques de gas y gatos estuvieran bien, nos dimos cuenta de que no había luz, no teníamos teléfono ni manera de saber qué estaba pasando más allá de las hordas de gente caminando; algunas de ellas humanamente auxiliadas por automovilistas que las llevaron «de ride» a su destino, la gran mayoría de estos solo estaban en su propio asunto de cláxones y carriles. Me di cuenta del poder de los pies y de la inutilidad de un auto que no avanza y que tampoco puede trasladar a una sola persona atrapada en el tráfico de Insurgentes.

Afortunadamente, guardamos un teléfono que resultó bastante inteligente a pesar de su tecnología de 2010. Tenía radio y lo prendimos. Nos enteramos de los edificios caídos en distintos puntos de la ciudad. Una escuela caída. La Roma y la Condesa (lugar de donde emigramos en 2014 después del sismo de Viernes Santo) con varios edificios colapsados. Se necesitan voluntarios para levantar escombros y rescatar a gente que probablemente yace bajo toneladas de concreto, las necesitamos en la explanada de la delegación Cuauhtémoc.

Fuimos.

 

Pero en fin, los urgidos prematuros

Que se marcharon ya, no necesitan

de nosotros.

Pero nosotros, que necesitamos

De tan grandes misterios:

Nosotros, para quien de la misma tristeza

Brota un aumento de felicidad

¿Podríamos vivir sin ellos?

De la explanada de la delegación Cuauhtémoc (en la que vimos al delegado con cara acongojada, junto con su esposa, posando para los medios de comunicación) a los cientos de personas que asistimos como voluntarios nos dividieron en equipos y nos llevaron a las zonas damnificadas. Pero mi equipo, por lo menos, en ningún lugar fue requerido.

El primer lugar que visitamos fue el laboratorio de la calle de Puebla 282, en la Roma Norte. Nos informaron que había materiales tóxicos que no podrían ser manipulados por ciudadanos comunes y corrientes. Aquí solo los de la Marina y la Cruz Roja. Mejor vayan a Chimalpopoca y Bolívar, ahí se necesita mucha gente.

Con la astucia de la juventud para secuestrar camiones, los más jóvenes del equipo convencieron al chofer de un autobús de que nos llevara a la colonia Obrera. Arribamos pero sin ser ya solicitados; en cambio, la gente aglomeraba las calles, se amontonaban por todos lados automóviles con víveres, con herramientas para quitar escombros. Aquí no los necesitamos, no obstruyan la calle, gritaban los oficiales en evidente desesperación por el desorden de los curiosos, los que querían ayudar y los vecinos del lugar.

Mientras un montón de extraños pasaban por las calles con cubetas, palas y botellas de agua, los vecinos más pequeños, los que eran de allí, jugaban futbol en el deportivo de la esquina. Atrás gritando por ayuda: necesitamos unas cuerdas, cuerdas, consigan cuerdas; los niños: ¡goooool!

Los dos días siguientes también buscamos dónde serían útiles nuestras manos. Que la carrera que estudié me sirva de algo, pensaba, aunque sea para levantar escombros. Pero no encontraba dónde. Estas ansias por ayudar pronto se convirtieron en frustración por no lograrlo. Qué estoy haciendo, qué estoy no haciendo, qué debo hacer, me preguntaba. No sabía cómo servir a mi ciudad, a mi país, cómo servir a toda esa gente que no conocía pero que ahora presentía tan cercana, parte de mí, de mi familia.

Un sentimiento de impotencia se apoderaba de mí. Solo supe rezar, fui a rezar a un lugar sagrado, a entregar mi voluntad a Lo Más Grande, Lo que había originado esto, la Causa, el Sismo y la Finalidad. Me pongo a Tus pies, soy tu siervo.

Entonces sobrevino la belleza.

Conocimos el amor. Contemplé como testigo a filas de personas cargando víveres, herramientas, informando sobre  las necesidades de la gente, juntando brigadas de apoyo, yendo a los albergues a limpiar, cocinar o reconfortar de alguna u otra manera a nuestros hermanos.

Gente que se formaba por horas para entrar a una zona cero a cargar, durante otras muchas horas, una carretilla con escombro. Gente que se trasladaba de norte a centro o de sur a centro de la república para dar alimento, consulta gratuita o contar un cuento a niños aburridos y desconsolados en los albergues y pueblos.

Civiles, soldados, marines, bomberos, rescatistas de muchas nacionalidades y perros entrenados trabajaban meticulosamente, con precisión de cirujano, retirando una a una capas de concreto, con la esperanza de que de alguna de ellas emergiera la vida.

Conocimos el amor tal como es. Puro. En ese momento pasaba a segundo término lo particular de la persona debajo del concreto: hombre, mujer, niño, político, delincuente, anciano, inmigrante documentado o indocumentado, ser humano o animal, de raza o mestizo. Los que conocen el amor no distinguen, estamos aquí para la vida.

Esto es el amor. Querer ver con vida lo otro, ver respirar lo otro porque soy yo, porque está vivo, porque si lo otro falta yo estoy incompleto.

Dos semanas después nuestros corazones pudieron descansar cuando encontraron el último cuerpo en Álvaro Obregón 286. Eso es el amor: no descansaré hasta que todos sean vistos.

No queremos regresar a la normalidad, decían las personas. Si esto es el amor, no queremos regresar a ese otro estadio en el que nos separamos, pasamos de largo por la vida del otro, ignoramos su existencia, hacemos distinciones. No queremos regresar a la normalidad de gente encerrada en su cubículo, de niños sentados en pupitres escuchando sermones del profesor, de jóvenes enajenados a pantallas, de departamentos de 35 metros cuadrados que cuestan dos millones de pesos, de tráfico, de transporte atiborrado; prefiero tener el alma en vilo por la vida del otro que regresar a esa miserable normalidad.

Sin embargo, aquello otro también es una cara del amor: la queja por las calles intransitables, por la interrupción del trabajo, por los negocios cerrados y, dos semanas después, la gente volviendo al trabajo, aún entre el polvo y las macetas rotas. Regresar completamente, mirar de nuevo el programa de televisión que había sido suspendido, hablar de los estrenos de las películas, comenzar sus campañas para la presidencia. Eso también es el amor que quiere mantener el sistema como siempre, que se opone al cambio porque implica abandonar la seguridad y dirigirse a la destrucción, porque implica la desaparición de lo que ha permanecido tantos años, aunque no funcione. El amor es querer que todo permanezca, todo.

Queremos creer que los eventos son pruebas de vida, pero quizá simplemente ocurren sin ningún motivo, sin finalidad. No están dirigidos a nadie. La vida solo es eso ocurriendo y el humano es solo un papalote siendo volado por las manos de un niño inquieto.

Quizá la hipótesis no quería probar nada.

Y a la luz de tres semanas de distancia, pero que también parecen como treinta y dos años y como ayer, regresamos a nuestras vidas, con esta nueva rutina y con el conocimiento de que la tierra aún pide algo de nosotros.

 

Dinos, tierra: ¿no es eso lo que quieres, renacer

en nosotros, invisible? ¿No es tu sueño poder ser

invisible alguna vez? -¡La tierra! ¡Invisible!

¿Qué misión impones sino la transformación

absoluta?

Tierra, a quien yo amo, así lo quiero.

Oh, créeme: tu no necesitas ya

tus primaveras para conquistarme.

Una de ellas, ah, solo una,

es demasiado ya para mi sangre.

Indeciblemente me someto a ti; desde lo más remoto

vengo a ti consagrado.

Siempre tuviste razón. Y tu inspiración más sagrada

es la muerte -la muerte amiga.

Mira, yo estoy viviendo…

¿De qué? Ni la infancia ni el porvenir

disminuyen. Una existencia numerosa

brota en mi corazón.

 

Nota: Las frases y versos en cursiva corresponden a Las Elegías de Duino de Rainer María Rilke, en la versión de Juan Rulfo, editorial Sexto Piso. Este poema me acompañó y reconfortó durante los días posteriores al sismo.

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