Úrsula K. Le Guin o la imposibilidad de leerla (y escribir sobre ella)

Evidentemente esta no es una mala reseña sobre ninguna obra de Le Guin. Tampoco se trata de que no entendí su obra o de que me pareció poco interesante, ni mucho menos. Simplemente quiero compartir mi frustrada experiencia de no tener el tiempo suficiente para terminar ninguno de los libros que me propuse para el mes de febrero, ni de poder sentarme, sino hasta ahora, a escribir esta breve queja.

Desde el 2016 tenía unas ganas inmensas de conocer su escritura, porque había estado recibiendo recomendaciones de varias personas y escritores que me interesan. Pero en aquellos años no encontraba ni en las librerías de viejo ni en las de nuevo, un libro en español de la autora y, bueno, yo había perdido la costumbre de ir a la biblioteca y mucho menos tengo el don de leer en inglés. También me negaba a leer en formato digital pues había estado harta de las pantallas. Hasta hace algunos meses esas proezas me parecían ya lejanas. Quería tener el documento físico que me hiciera sentir cerca realmente a la literatura de la autora. Después de mucho buscar, cierto día me encontré en El Sótano de Miguel Ángel de Quevedo el segundo tomo de Cuentos de Terramar y, aunque quise leer algunas primeras páginas, no conseguí adentrarme en la historia. Consideré en ese entonces que se debía a que estaba empezando a la mitad y me faltaba un contexto. Dejé el libro entre los muchos pendientes de mi pila personal.

Gandhi acaba de sacar a la venta esta novedad, por cierto, ilustrado y en español.

El año pasado, justo unos días antes del 8 de marzo, fui a la librería El Péndulo en la Zona Rosa, a recoger unos ejemplares de Chimamanda Ngozi Adichie «Todos deberíamos ser feministas» (fui hasta allá porque era la única librería con existencias, todos los demás ejemplares estaban agotados, el librero me comentó que los libros de la escritora nigeriana se estaban vendiendo mucho en los días cercanos al Día de la Mujer). Como es mi costumbre husmear entre las mesas de ofertas y novedades, en una de ellas vi el libro Catwings de Le Guin: una antología de cuentos sobre una familia de gatos alados. El precio era un poco elevado debido a que era novedad editorial, traducción al español y producto de importación. Aún así me sentí entusiasta y lo compré. Recuerdo que pocos días después leí el primero de los cuatro cuentos de esa colección. Me encantó. La primera historia es conmovedora, se trata de una madre gata con sus cachorros, que son los gatos alados, a los que va educando para que sepan moverse en el mundo, pero como tienen alas, también tiene que enseñarlos a perder el miedo. Al final del primer cuento, la madre dice a los gatitos que se vayan a un lugar mejor, al campo, allá tendrán una oportunidad de vida más apacible, lejos de los crueles humanos y de la salvaje ciudad que no los entiende. Los gatitos Taby llegan al campo y conocen a una hermanita y hermanito. Yo también huí de la ciudad como los gatos alados. Y dejé el libro ahí.

Puedes leer los cuentos de Catwings aquí.

Ilustración de S. D. Schindler,
para Catwings

Vinieron los meses iniciales de la pandemia. Ya sabemos que para mantenernos entretenidos y en casa, algunas plataformas liberaron ciertos contenidos. Me enteré de que lanzaron gratuitamente un documental titulado «Los mundos de Úrsula K. Le Guin», el cual comenzamos a ver en casa a la hora de la comida. Me pareció interesantísimo, pues nos muestra, como típico documental, los testimonios de familiares, amigos, colegas, estudiosos y admiradores de la obra de la escritora, pero también fragmentos de entrevistas a ella misma. Es revelador cómo una persona, en este caso, la escritora, hace autocrítica de una situación familiar: la romantización de los indígenas. Úrsula aporta sus comentarios sobre la explotación que padeció Ishi, el último descendiente de una comunidad yahi de California, y de cómo esta persona le entregó su vida y sus saberes a su padre, el antropólogo Alfred Kroeber; por eso el K. Le Guin. Pero la hora de la comida a veces no es ni una y el documental va más allá de los 60 minutos. Tampoco lo terminé.

Este año, el año del futuro, me he propuesto leer cada mes a una autora diferente. Todo ha marchado de maravilla, excepto en el mes de febrero que me propuse leer a Úrsula K. Le Guin. Los primeros días pude compartir con los estudiantes de la prepa la lectura de «Los que se marchan de Omelas», cuento que no había leído nunca antes. Me pareció genial. Seguí con mi propósito. En Amazon vi que estaban lanzando la novela Lavinia, cuya reseña me cautivó: es la historia de esta esta joven, hija de Latino quien ve turbada su paz cuando comienzan a llegar los pretendientes. Es el tipo de historias que me gustan Antigua Roma + Novela + personajes de La Eneida + Úrsula K. Le Guin. Me descargué el libro. Todas las noches adelantaba unas cuantas páginas, pero, por más esfuerzo que puse, el sueño me vencía y no pude adelantar más allá del 12% de acuerdo con el contador del Kindle.

Portada de Lavinia

Estuve a punto de terminar la película que está en la plataforma de Netflix, «Los cuentos de Terramar» (2006), un filme animado del Studio Ghibli. Me quedó mucho más claro de qué va la historia y quiénes son los personajes. Solté unas lágrimas a la mitad de la película, por una canción hermosa que entona Theru. Por alguna razón, quizá por distracción o por hacer algo urgente del trabajo, le puse pausa a la película y no la terminé.

Escena de Cuentos de Terramar,
de Studio Ghibli

Y como digo, esto no me pasó en enero con Shirley Jackson, ni en marzo con Samanta Schweblin, de quien pude leer completitas dos se sus colecciones de cuentos. Tampoco me está pasando con la autora de abril, mi amada Alice Munro. Creo firmemente que una escritura tan poderosa, multifacética y profunda como la de Úrsula K. Le Guin no se lleva con el multitasking. La obra de la autora requiere de su lectora la atención plena e interesada. Dejaré pasar unos cuantos meses. Le prometo a Úrsula que la próxima vez me adentraré en sus textos con una mente y un espíritu completamente despejados. ❤


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Sobre los cuentos de Shirley Jackson

«Mientras la señora Winning daba de comer a la niña y trataba de anticiparse a los gestos de servir de su suegra, pensó —aquel día con más intensidad que nunca— que al menos les había dado otro Howard, con los ojos y la boca de los Winning, a cambio de cama y comida.»
Shirley Jackson, El jardín de flores

Me gustan las escritoras que desde el inicio asumen una postura, las que son claras, las que evitan los rodeos. Shirley Jackson es una de ellas. Como me ocurre últimamente con muchas autoras, cada que terminaba un cuento de Jackson me preguntaba cómo podría haber pasado un día más sin haberla conocido.

Llegué a Shirley Jackson y me quedé con ella casi todo el mes de enero. Aunque la curiosidad por conocerla nació desde diciembre, una vez que vi la película Shirley (2020) protagonizada por Elisabeth Moss (Mad Men, El hombre invisible, El cuento de la criada). Por cierto, recomiendo este filme que aborda un episodio ficticio de la vida de Shirley Jackson y una joven que llega como huésped, junto con su esposo, a la casa que la escritora comparte con su marido. Lo que comienza como una relación hostil se convierte en una complicidad de lo doméstico, lo íntimo y lo creativo.

A inicios del año busqué el cuento más célebre de la autora, «La lotería» y encontré una antología de cuentos publicada por Random House en formato digital. Leí uno o dos cuentos cada noche.

Al leer la biografía de la escritora, encontré que su obra es clasificada dentro del género del terror, sin embargo, la antología que leí no contiene narraciones que, desde mi punto de vista, se inserten en esta clasificación. Más bien, encontré relatos que, a pesar de haber sido escritos a mediados del siglo XX, exponen problemáticas aún vigentes como: la opresión de la mujer, los roles de género, el hastío por el trabajo asalariado y el racismo.

«Tommy era un hombrecillo menudo, feo y despierto. Mientras lo observaba, la señorita Style se dijo: ese hombre tiene que levantarse y venir a trabajar cada mañana, igual que yo y que todo el resto del mundo; la lluvia es sólo una más entre los millones de cosas desagradables de cada día, como levantarse de la cama para ir al trabajo.»

Shirley Jackson, Elizabeth

Las situaciones que la autora retrata en sus cuentos son cotidianas y realistas. En muchos de ellos la tensión psicológica se construye sobre un hábito irracional e ilógico que provoca ansiedad entre los personajes. Las situaciones que la autora retrata en sus cuentos son cotidianas y realistas. En muchos de ellos la tensión psicológica se construye sobre un hábito irracional e ilógico que provoca ansiedad entre los personajes.

En sus narraciones encontramos los tópicos de la espera, el personaje ausente o de la impostora. Los relatos presentan una gama de personajes femeninos que por lo regular son protagonistas y pueden ser mujeres trabajadoras, amas de casa abnegadas o jóvenes independientes y mujeres que están a gusto con su soltería y libertad.

«Abrió el bloc por una hoja en blanco y copió un párrafo del manuscrito, pensando que podía cambiarlo y ponerlo en boca de una mujer, en lugar de atribuirlo a un hombre; a continuación escribió otra nota: “Hacerlo en mujer; utilizar cualquier nombre menos Helen”, que era el nombre de la mujer de la historia.»

Shirley Jackson, Elizabeth

Me gustaría, en este espacio, reivindicar a Shirley Jackson no solo como una escritora del género de terror, sino como una una autora con mirada crítica la sociedad de su tiempo. En este sentido, me recuerda a Amparo Davila y su cuento «El huésped». Ambas autoras logran crear ambientes sombríos donde el elemento ausente detona una trama y el lector puede darle forma bien de un espectro, bien de un ser imaginario o de una persona. Y este solo es el pretexto para señalar las conductas más oscuras de la psique humana. Creo que los cuentos que ejemplifican mejor mi opinión son: La lotería, La brujaEl renegadoEl jardín de flores.


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Poemas del futuro pasado

Recopilo en este espacio algunos poemas que escribí durante el 2020. Son los que aparecerán en mi próximo poemario Historia natural de las ciudades, que espero terminar y publicar ya sea a finales de este año o para el siguiente.

Me agradará mucho recibir tus comentarios sobre estos escritos.

En el mes de abril apareció el poema Cantan nuevos pájaros en el Fanzine Agua Subterránea donde se publicó a poetas mexicanas de las periferias. Puedes ver el Fanzine aquí.


En abril compartí este poema que no me convence tanto. Ya me dirán ustedes.

 
DE LA ÚNICA VEZ QUE LA AUTORA MENCIONA AL POETA
 
 El oficio de fregar los trastes
 que cuando lo hace el poeta
 es digno
 de escucharse acompañado 
 de la sonata, del aria alemana
 

 En cambio si lava su mujer
 transcurre en silencio
 

 Ella no devanea con la reflexión filosófica
 mientras enjabona el vaso, el cubierto
 piensa, cavila, eso sí
 qué cocinará para la cena
 cómo quitará el cochambre de la estufa
 

 Ella no cae 
 en la metáfora del agua por el manantial
 

 En cambio se apura a retirar con la mano del fondo del plato
 y poner en el balde
 las sobras del pan, de la cebolla, del pimiento
 que el poeta
 no se terminó de su almuerzo. 

En mayo este otro texto, sobre los lugares que ya no visitamos.

 
EXTRAÑAMIENTO
 
 Todavía existen los parques
 a los que iban los novios en la noche
 para besarse
 mas ya no se encuentran los novios
 no se besan
 detrás de un arbusto medio seco
 un cachorro asoma
 hambriento
 busca un hueso una morona
 que haya tirado por error
 la última persona que pasó
 

 El parque por las noches
 antes lo cruzaban las muchachas
 venían saliendo de la escuela
 caminaban por aquí para llegar al metro
 a veces las seguía un cuerpo fornido
 amenazante
 y ellas apresuraban el andar
 hasta la siguiente luminaria para ver
 su sombra por lo menos
 como testigo o última huella
 algunas lograban llegar a la escalera que desciende al metro
 zap-zap
         zap-zap
                 zap-zap
 caminar rápido, meter el boleto al torniquete
 voltear y el alivio
 porque el hombre se esfumó.
 

 Ellos pasaban por el parque
 ellas pasaban por el parque
 pero hace días que nadie viene
 los animales han tomado el territorio
 los zanates se han apoderado
 de las bancas, de las jardineras,
 de las casetas de teléfono que aún quedan
 en el parque
 saliendo del metro La Raza
 los perros toman agua de los charcos
 hurgan en los botes de basura
 porque hace semanas
 nada pasa, nadie deja caer
 sus moronas
 

 Dónde estarán las muchachas
 los hombres, los novios
 Aquí sigue el parque. 

Estoy muy contenta porque en el mes de junio, la página Poesía de Morras publicó este breve poema.

Después hice esta otra versión. Me agradaría saber cuál de las dos prefieren.

 
 Quiero regresar a la infancia
 cuando el olor a humedad invadía la casa
 y las láminas estaban a punto de romperse
 de tanta lluvia
 
 
 Nuestro lujo era el tornamesa
 donde escuchábamos los discos
 de Daniel Santos
 
 
 Quiero regresar ahí
 al calor que emana del moho
 que era mi hogar
 
 
 Añoro
 esas tardes 
                      contadas
 sin gritos
 sin golpes
 sin lágrimas 

Luego vinieron muchos meses de silencio y solo tengo este texto que escribí al final del otoño.

Los historiadores del futuro analizarán este año como una guerra:
China lanzó el primer ataque en noviembre de 2019, lo llamó covid.
Estados Unidos respondió con un creciente número de infectados.
La Unión Europea fue su aliada, aumentaron los decesos, cerraron las fronteras.

Al inicio los caídos fueron muchos hombres. Perdimos muchos hombres.
Fue saqueada la sabiduría de los pueblos. Perdimos muchos ancianos.
Y los niños dejaron de ir a la escuela, de jugar en las calles, los encerraron en sus casas.
Se fueron quedando solos.

El proyectil de la crisis destruyó empresas, pequeños negocios y pastelerías.
Algunas personas no salían sino para buscar algo de comer.
Otras, presas del pánico, se aglomeraban en las calles, en las tiendas.

También los animales padecieron los estragos. Ejecutaron pollos, cerdos, 
visones.

Millones de personas resultaron malheridas. Deprimidas, ansiosas. No podían dormir por las noches.
La sirena de ambulancia anunciaba alerta roja, toque de queda.
No alcanzaron las armas, camillas ni doctores, para defenderse. El ataque era incontenible.
No hubo tanque americano que pudiera salvarlos.

Frío, frío, calor, frío, aire.
Las semillas de los árboles caen al suelo de concreto, donde no germinan. 
A menos de que se escondan en las grietas.

Este año fue como la guerra y el virus nos atravesó como los átomos de una bomba.

El rey de Suecia se arrepintió.
Isabel II se recluyó en Windsor.
El presidente más poderoso perdió la contienda.
Ángela Merkel lloró.

Al final del otoño las semillas caen de los árboles y se ocultan en las grietas del concreto.

Espero nuevos versos para este 2021.


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Tío

Recuerdo que el día que fuimos a visitar al “Tío” –así lo llamaba mi papá– había sido por una cuestión de amistad. Mi papá, aunque es bastante sociable, en realidad no tiene muchos amigos. De vez en cuando forja lazos de amistad con un hombre con quien lo vemos compartir sus tardes y trabajos. Pasan meses o incluso años de forma inseparable y después este hombre se va. Y así se repite el ciclo cada tanto. Y es que a mi papá no le gusta acompañar sino ser acompañado. Entonces solo acepta como amigo a quien pase por el filtro el de ser un señor que deje ser llevado, que más bien sea acompañante. El Tío, para mi corta edad, parecía una persona muy mayor. Aunque viendo en perspectiva no rebasaba los sesenta años, quizá incluso tendría menos. Su pelo era cano, su estatura baja y su complexión media, con esa barriga que distingue a los señores cuando toman mucha cerveza. Una panza como de balón. Lo distingo entre mis recuerdos porque siempre traía sombrero de palma y camisa a cuadros.

Se dedicaba a la albañilería. Junto con mi papá, trabajaron en varias obras del norte de la ciudad. Construyeron casas, levantaron y tiraron muros, pusieron pisos de loseta, enyesaron paredes, remozaron baños y cocinas; pero sobre todo iban a la pulquería después del trabajo. Como a eso de las cinco o las seis de la tarde, se dirigían a la casa de la señora que vendía el pulque. Mi papá pedía un litro y él medio y una caña porque en realidad el Tío lo que tomaba era alcohol de caña, el pulque le causaba indigestión. Además, con esta bebida no lograba conseguir el estado de relajación, de niebla mental, de olvido, que necesitaba. 

Nunca he entendido porque el Tío era alcohólico. ¿Era una costumbre de la época que los hombres se emborracharan hasta perder la conciencia? Con mi papá era más o menos lo mismo. Tres o más litros de pulque eran suficientes para hacerlo llegar a un estado mental que desencadenaba emociones como ira, miedo, tristeza, amor, que sólo podían expresarse sinceramente bajo el influjo de aquellas sustancias. No sabemos por qué el Tío tomaba y por qué después del medio litro de pulque con caña y otra caña y otra, simplemente se quedaba sentado, escuchaba las conversaciones de los otros hombres y se sumía en el más absoluto silencio. 

Mi papá apreciaba tanto al Tío que hasta pensó en hacerlo padrino de la primera comunión de mi hermana. Algunas tardes incluso, por encargo de mi papá, iba a esperarla a la salida de la escuela y la llevaba con diligencia a la casa. A veces nos quedábamos solas mientras el Tío hacía un arreglo o levantaba un muro de ladrillos. Se dedicaba a lo que se tenía que dedicar. Llegaba muy temprano, llamando a mi padre con un silbido o tocando la ventana. Lo esperaba afuera para irse juntos a la obra en turno. Otras veces, se quedaban en la casa y  adelantaban algo de la construcción. Su jornada terminaba a las cinco de la tarde. Iban a la pulquería casi todos los días. Dos litros de pulque para uno y medio litro y una caña para el otro. Qué amargura ocultaba la caña, no lo sabíamos. 

Un fin de semana mis papás venían de hacer la compra del tianguis y al bajar la escalera que es la entrada a la colonia, encontraron al Tío sentado en la banqueta como llorando y delante suyo un charco de coágulos de sangre. Mi papá se alarmó y rápidamente lo llevaron a Urgencias. Ahí no se sabe qué le dijeron o qué pasó, porque entró solo al consultorio y más tarde lo llevaron a su casa casi dormido. Unos días después fuimos, en gesto de amistad, a donde vivía el Tío. La casa olía a caldo de pollo y sudor. Era una casa como casi todas las de por allí, como lo era también la nuestra, con algunos muros de tabique y otros de cartón, con techo de lámina negra sostenida por polines. En un solo cuarto cabía la cama, la mesa, la estufa y la tele encendida. Tío vivía ahí con su esposa, que para mí era una mujer anciana, por su pelo largo, trenzado y completamente cano. También vivía con ellos su nietecita de unos siete años, que llamaba “papá” al Tío. 

Mi mamá estuvo platicando con la esposa. Le dijo que Tío debía descansar mientras se recuperaba, que ya después regresaría al trabajo. Tío dijo que ya se sentía mejor. Mi hermana estuvo jugando unos minutos con la nietecita que no nos dijo su nombre. Si el señor falta qué pasará con esta niña, recuerdo que pensé. Estuvimos un rato más y después nos fuimos. Nunca volví a ver al Tío. Mi mamá estuvo platicando con la esposa. Le dijo que Tío debía descansar mientras se recuperaba, que ya después regresaría al trabajo. Tío dijo que ya se sentía mejor. Mi hermana estuvo jugando unos minutos con la nietecita que no nos dijo su nombre. Si el señor falta qué pasará con esta niña, recuerdo que pensé. Estuvimos un rato más y después nos fuimos. Nunca volví a ver al Tío. 

Imagen obtenida de internet: https://www.pinterest.com.mx/pin/530298924856422126/


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Sobre The Crown. Temporada 4

Hace unos días me dolía mucho la cabeza porque me desvelé viendo un documental de Lady Di. La verdad es que esta mujer -pienso- la pasó muy mal en su vida. A pesar de tener un montón de dinero y de que nunca tuvo que preocuparse por su supervivencia, como la mayoría de las mujeres en el 2021, la vida de Diana nos muestra que las violencias sistémicas hacia las mujeres las padecen – y quizá con igual intensidad e inclemencia- incluso las ricas y poderosas.

Promocional de la 4a temporada. Con las tres protagonistas.

El 15 de noviembre se estrenó la cuarta temporada de la serie The Crown de la cual todos estaban hablando y yo no era espectadora asidua. En mi edad adulta poco me ha llamado la atención la vida ostentosa de la llamada «realeza» que más bien es solo una pantomima; sin embargo me enteré de que actuaría como Margaret Tatcher la actriz Gillian Anderson, otrora protagonista de Los expedientes secretos X, quién realmente me parece una excelente intérprete desde que la vi en The Fall como la detective Stella Gibson. Además, también leí en las redes que en esta temporada se revisaría la vida de Lady Di, Dana Spencer. No puedo negar que surgió cierta nostalgia de mis días de infancia-pubertad, cuando acompañaba a mi madre viendo los programas de chismes o las noticias que hablaban de la princesa Diana. Incluso recuerdo vívidamente el momento en que nos enteramos de su muerte en una emisión especial de altas horas de la noche en un Canal de TV Azteca.

En fin, estas memorias me llevaron a mirar la cuarta temporada y, aprovechando, también la primera para «entenderle mejor». Porque, cabe señalar, me considero una total ignorante en temas de la historia de Inglaterra. Eso fue hace unas semanas y debo confesar que no lograba avanzar más allá de los primeros capítulos. Cada episodio me reforzaba esta idea que tengo y que también se menciona en uno de los capítulos iniciales: La familia real sólo son un conjunto de personas vanas, superficiales, mantenidas y sin trabajo. Los verdaderos «ninis» del mundo, los parásitos de la sociedad.

He estado estado revisando alternadamente las biografías en Wikipedia y otros documentales sobre las personas que componen «la familia real» y los miembros más eminentes de la política inglesa del siglo XX. Definitivamente siguen llamando mi atención, sobre otras, las figuras de Margaret Tatcher y Diana de Gales, a quienes considero los seres más vivos de este conjunto de maniquíes con poder que son los miembros de la corona.

Gillian Anderson como Margaret Tatcher

Algo iba yo a decir sobre Lady Di. Sí: qué en la serie y en ciertos documentales que se encuentran en Youtube y Netflix la retratan como una mujer que aprovecha las circunstancias y oportunidades que le brindaba la corona, como si su más ferviente deseo fuese, en cierta manera, destruir o hacer quedar en ridículo a la familia real. Tal punto de vista me parece por demás exagerado e incoherente. ¿Cómo sería posible que una mujer joven, inexperta y prácticamente secuestrada del hogar paterno para ser enclaustrada en un castillo tuviese la capacidad de maquinar un plan maquiavélico contra la reina o la corona? Y aunque lo tuviese ¿qué posibilidades habría, siendo ella sola, sin red de apoyo, sin siquiera un confidente, mientras que la corona es un armamento de recursos capitales y humanos?

Lady Di no es sino un ejemplo paradigmático de lo que son las mujeres para las naciones y culturas que defienden el poder de la familia, el amor romántico, la pareja y el matrimonio. Una mujer joven es sólo una presa, un accesorio para que luzca el varón y sus instituciones. La mujer es un instrumento para ostentar poder, la mujer es un instrumento para la crianza y para el cuidado. La mujer no puede ser más que un animal de compañía o una muñeca. La mujer sólo debería dedicarse a la familia. Está prohibido que la mujer exprese su inconformidad, su insatisfacción, su frustración, sus más fervientes deseos. La mujer que se exhibe, que es libre, la que sale de los roles impuestos, debe ser destruida. Y esa fue la vida y la muerte de Diana Spencer: joven secuestrada por la realeza, exprimida hasta la última gota de su capacidad de amar, de cuidar, de gestar. Destrozada cuando pretendió liberarse. Qué tan lejos y qué tan cerca estamos de aquella historia. 

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Lectura de algunos poemas

Este año he tenido la fortuna de que artistas y lectores tomen en cuenta los textos que he publicado y los retomen para una lectura en voz alta.

En el mes de marzo, la cantautora Renée Goust (La cumbia feminazi, Querida muerte) convocó a varias poetas en lengua española para compartir nuestros textos. Fui seleccionada junto con otras reconocidas poetas. En su canal, en una transmisión en vivo, leyó el poema «No lo dijeron bien en las noticias» de la serie «Tríptico del destino».

Recientemente, el grupo de Abuelos Lectores Palabras Compartidas CDMX retomó algunos poemas de la serie «Breves» para leerse en su selección de escritoras mexicanas. Agradezco sobremanera la voz que Rosa Margarita Carballar Fuentes prestó a estos versos.

Los textos que leyeron pertenecen a mi poemario «De donde brota el loto». Que se puede descargar gratuitamente o adquirir en Kindle.

Acá dejo el video de la selección completa de Palabras compartidas CDMX, donde también se leen textos de autoras reconocidas internacionalmente como Nellie Campobello, Elena Garro, Laia Jufresa y Brenda Lozano.

Selección de escritoras mexicanas del grupo de Abuelos Lectores Palabras compartidas CDMX

Escondido de Federico Gama

Recuerdos de Tacubaya

Hace más de una década, allá por los 2003, 2004, 2005 y quizá en el 2006, trabajé de manera intermitente cerca del metro Tacubaya. Mi oficio era ser demostradora de calzado de una cadena de las famosas zapaterías que abundan por ese rumbo. No existía el metrobús. Mi horario de trabajo era de 10 am a 10 pm. Enfrente de la zapatería había un puesto de discos. El chico que atendía siempre escuchaba a los Pericos, cuyas canciones me aprendí de memoria. Laboraba en las vacaciones de verano y decembrinas. Los 24 y 31 de diciembre salíamos como a las 11 de la noche. En aquellos años vivía en la casa de mi abuela y me daba tiempo, si me iba corriendo, de llegar a darle el abrazo a la familia. Aunque muchos de mis primos y tíos, en seguida de la medianoche, preferían salir a pasear con sus respectivas amistades del barrio. Yo me quedaba en la casa a ver alguna película, totalmente fatigada por la jornada laboral pero a la vez ansiosa por salir a pasear, a disfrutar del día de descanso del 25 de diciembre o del 1 de enero y después, regresar a la rutina de 6 días de trabajo y uno de descanso, en esa temporada de vacaciones.

Para ir al trabajo, para ir a la escuela, en las compras de navidad y para otras actividades más, era parte de lo cotidiano ir al metro Tacubaya y a la feria que siempre está ahí (¿seguirá ahí?). Detrás de la feria y del mercado de Cartagena hay (¿había?) una plaza con locales del barrio: discos pirata, peluquerías, boleros, ropa. De lunes a viernes solo se veía el trajinar de los alienados que trabajábamos en las tiendas, los almacenes y en los servicios de los hoteles, restaurantes y establecimientos de las avenidas Jalisco y Revolución.

El sábado por la tarde, en cambio, y el domingo, las calles pertenecían a las parejas de novios que iban a la feria y, peculiarmente, a una tribu urbana cuyo nombre no logro recuperar, como si ellos mismos no quisieran que los atrapáramos en una palabra. Eran jóvenes trabajadores de las periferias de la zona poniente de la Ciudad de México.

Todos ellos convergían en el punto de reunión, el «Dancing Club», que (tengo entendido) aún permanece. Desde la calle de 1810, las paredes, los puentes y los postes de luz, anunciaban los diferentes grupos que tocarían en ese lugar. Me llamaba la atención que se anunciaran estilos tan diversos: rock, ska, grupos de cumbia, de salsa y de banda duranguense que en ese entonces era la tendencia. Y que, en efecto, las y los jóvenes que acudían a ese lugar, vestían de acuerdo la moda acorde a su música: punks, darketos, metaleros, cholo o chúntaro.

Pero había en ellos algo más, un toque particular que era evidente a los ojos. Todos ellos eran jóvenes de comunidades rurales o indígenas que necesitaban ser vistos, expresarse, tomar un espacio, conocerse, descansar, en la Ciudad. Y hablo en tercera persona, porque además eran una comunidad muy hermética, con justa razón. Solo hablaban, convivían y disfrutaban entre ellos. Aparándose de los chilangos que, debido a nuestro prejuicio e ignorancia, solíamos verlos como lo otro.

Esos jóvenes y yo compartíamos la misma edad. Estarían entre los 17 y los 25 (en el 2003 yo tenía 16 años). Compartíamos una necesidad: trabajar para sostenernos, para seguir. Compartíamos el espacio: los barrios que rodean el metro Tacubaya. Compartíamos también sueños, que no podíamos enunciar y que, quizá, con lo que vino después para México, no pudimos concebir.

Estos jóvenes fueron retratados por Federico Gama en su foto reportaje «MAZAHUACHOLOSKATOPUNK», que se puede apreciar en estos enlaces:

aquí y aquí.

Vinieron estos recuerdos a mí, después de ver la película de Netflix «Ya no estoy aquí», que aborda el tema de los cholombianos de Monterrey.

De donde brota el loto

El día de mi cumpleaños lo quise festejar dándome un regalo: la publicación de mi primer libro. A pesar de las situaciones actuales, en esencia no cambió el plan que tenía para este momento.

«De donde brota el loto» es un poemario que ha ido desarrollándose entre las pandemias. Algunos de los poemas del inicio datan de 2009; mientras que aquellos más «maduros» recibieron sus últimos retoques apenas hace unos días.

Tengo la convicción de que las manifestaciones creativas deben ser accesibles y abiertas a todo público, pero también defiendo la escritura de las mujeres como un oficio que necesita ser reconocido y retribuido, por ello comparto este trabajo poético de dos maneras:

«De donde brota el loto» se puede leer gratuitamente aquí.

También se puede leer desde Kindle a un precio simbólico. Ver aquí.

Mi interés principal es que estás palabras sean leídas, si acaso, que puedan ser apreciadas y, sería un verdadero sueño hecho realidad, que sean compartidas y que inviten a otros al gusto por la poesía y la escritura.

Este es mi regalo a la Drusila de 2009, que una madrugada de abril se despertó con unas palabras que se le atoraban en la garganta y en una libreta de hojas blancas las escribió, una debajo de la otra.

Amigas, amigos, están invitados a leer.