Amor
Dicen que no comía
nomás se le iba en puro llorar…
Canción popular mexicana
La historia oficial cuenta que mi padre me amaba demasiado, quizá es evidente al ser yo su primogénita. Los recuerdos más lejanos de mi infancia incluyen a mi padre escribiéndome una carta, armándome un disfraz de robot con cajas de cartón o comprándome un helado. Después mi padre desapareció. La historia oficial reza que él quiso curarse, que quiso dejar el alcoholismo cuando ingresé al Kinder porque para él era penoso recogerme en la escuela y que no me dejaran salir con él en estado inconveniente. Decidió dejar el alcohol y meses después murió. Más adelante entendí que mi padre murió debido a la enfermedad hepática agravada que padecía desde muchos años antes.
Meses después del fallecimiento de mi padre, su madre, mi abuela, también dejó este mundo. Crecí con la idea de que había muerto por la avanzada edad pero, en verdad, 63 años no es avanzada edad en la actualidad. En el acta de defunción de mi abuela aparece como una de las causas de muerte «anorexia». Sacando conclusiones, porque no puedo confirmar con nadie esta información, entiendo que cayó en depresión y dejó de comer al punto de que esta carencia la llevó a la inanición y a la muerte. Esto me levó a pensar en la relación que he tenido con la comida, en la relación que tuvo mi padre con los alimentos.
Conozco a una persona que, así como mi abuela paterna, hace unos meses perdió a un familiar muy amado. El ciclo del duelo no ha logrado cerrarse, pues esta persona ha caído también en una depresión profunda. Se levanta de su cama pasado el mediodía, come poco o no come. «No tengo hambre», argumenta. Antes de su pérdida pesaba casi 100 k y ahora poco más de 50 k. Así como ella, mi padre argumentaba que «no tenía hambre» y por las mañanas solo tomaba alcohol o un café.
A mis 17 años, yo también podía pasar largos periodos de ayuno o comía muy poco. Estaba obsesionada con mi peso y con lo que me metía a la boca. No quería que hubiera nada más en mi organismo, solo lo estrictamente necesario. Nunca llegué a estar en los huesos porque otras preocupaciones me sacaron de esa dinámica. Otras mujeres de mi familia también han pasado por estos periodos de anorexia o bulimia. En fin, creo que muchas personas cercanas han padecido trastornos alimenticios, expresados en esa necesidad de comer y después pensar en lo que se ha comido con culpa, como si estuviera mal hacerlo. Pero qué placer mientras degustas los alimentos. Son como un abrazo. Y es que la comida está ligada al placer y al amor.
Una vez que un bebé ha nacido lo primero que deberían hacer los médicos y parteras es entregarlo en los brazos de su madre para que lo abrace y lo amamante. Me parece que el protocolo más riguroso de los hospitales así lo exige. Estoy convencida de que el contacto corporal y nutricio con la madre en esos primeros momentos de la vida es crucial para el desarrollo de cualquier ser humano. Un niño amamantado el tiempo justo tiene mejor condición física y emocional.
¿Qué pasa con aquellos niños que por diversas circunstancias no logran ser amamantados por la madre? Quizá pasan el resto de su vida tratando de completar la nutrición que les faltó con lo que encuentran afuera.
Hay niños también que, por diferentes circunstancias, no pueden permanecer con la madre durante su infancia. Algunos de estos infantes permanecen largo tiempo solos en casa y otros con algún familiar o conocido que los cuida mientras la madre aparece. Así, sucede que muchas veces el niño carece de supervisión en la alimentación. Por esta u otras circunstancias, el infante comienza consumir una cantidad innecesaria de alimentos chatarra que no vale la pena enumerar. Los adultos sabemos cuáles son.
Es cierto también que muchos niños y niñas consumen estos alimentos incluso ante la presencia de sus padres. Aunque el padre o la madre estén «ahí», en realidad su atención está ausente, resolviendo otros problemas más importantes para la subsistencia de la familia.
Como sea, el niño que no ha sido supervisado se convierte en un adolescente con pésimos hábitos alimenticios, reforzados por la publicidad constante de comida chatarra y la ideología predominante de la satisfacción inmediata, en este caso, la satisfacción del sabor y del hambre. Esta educación que venimos construyendo desde hace décadas es la que nos ha convertido en una sociedad de obesos y a la vez desnutridos, de personas mal alimentadas y que padecen enfermedades crónico degenerativas, cardíacas, coronarias, con hipertensión y diabetes. Tristemente ningún grupo social se libra de este destino ya que para acceder a la comida chatarra no se necesita poder adquisitivo. Las comunidades más pobres de nuestro país entre las que destacan las comunidades indígenas alejadas y de zonas marginadas de las ciudades, tienen acceso libre y barato a una cantidad enorme de bebidas azucaradas, a todo tipo de frituras y comida ultra procesada. ¿Y qué es lo que buscamos cuando introducimos este u otro tipo de alimentos a nuestra boca? Solo amor.
Creo, si se me permite esta licencia, que el infante o el adolescente busca completar la presencia del padre o la madre a través de la comida. El sabor dulce de un alimento provoca en el paladar y en el cuerpo excretar una sustancia parecida a la que producimos cuando se está cerca del regazo de la madre.
Pero, también hay otro tipo de personas, las que ante la falta de presencia y de amor prefieren evitar el alimento y con ello, morir. Estoy exagerando y pido una disculpa por ello. Pienso que un montón de jóvenes, niños y adultos que en el fondo de su alma se sienten desamparados, como nos sentimos mi abuela, mi padre y yo. Hemos dejado de comer por largas temporadas porque preferimos la muerte a la falta de amor.
En mis dos abuelas fue evidente, así como lo es para muchos ancianos. Mi abuela a lo largo de su vida fue acumulando pérdidas: la de sus esposos, la de un hijo no nacido, la de mi padre que al final de su vida se había vuelto su único compañero y alegría. Después de su muerte sobrevino la soledad, como a la que están sujetas muchas personas en situación de abandono. «Si nada me une a la tierra que ni siquiera me nutra.»
Las personas que padecen diabetes para mí son un misterio, pues así como un día son adictos a comer al día siguiente no toleran la comida. Mi abuela en sus últimos meses no quería ingerir alimento porque le causaba náuseas. Su cuerpo poco a poco se iba desarraigando de la tierra, iba perdiendo el sabor por la vida y tampoco quería que la vida la nutriera, prefería entregarse a ella como ofrenda. «Mejor que la tierra me consuma».
Mi padre, aunque estaba rodeado de gente que lo amaba y lo necesitaba, no se sentía motivado para vivir, para comer. Hacía una mala combinación entre los alimentos y el alcohol. Prefería este sobre aquellos. Así, podía pasar largos periodos sin ingerir alimentos mientras pudiera beber alcohol o café. ¿Qué habría en el alcohol que no tuvieran los alimentos? ¿Será que es más fácil transformar el alcohol en energía, será que el alcohol calienta más la sangre que el amor? ¿Qué amor estaba buscando mi padre si estaba rodeado de personas que lo amaban? Permítanme especular, puesto que es mi padre, lo que él necesitaba era el amor del suyo. El amor de otro hombre y no el de tres mujeres. El amor de la persona que le dio la vida, que lo dejó a los dos años y que fue a reencontrar veinte años después para descubrirlo sin ningún interés ni amor hacia él; para darse cuenta de que solo le había heredado ese gusto por el alcohol.
Cuando escribo esto, mientras tomo una taza de café, o cuando tomo una cerveza o una copa de vino, pienso que mi padre también me heredó esta inclinación por la cafeína, por el alcohol y la escritura. Esta falta de su presencia, está añoranza por el padre me viene de él. Por eso a la misma edad en la que él comenzó su alcoholismo yo perdí el gusto por los alimentos, porque él me faltaba y en lo único que pudimos estar unidos era en la falta de amor. Los médicos, nutricionistas y psicólogos podrán emitir sus dictámenes sobre estas experiencias: hablarán de depresión y trastornos de la personalidad, de dependencia a sustancias y de males psiquiátricos, pero ninguno de sus veredictos podrá ayudar a que esas personas que se consumieron en sí mismas y en su trastorno alimenticio. Nadie podrá ayudarnos.
Mi abuela terminó sus días completamente sola, postrada en su cama, delgadísima, con una depresión profunda. Su última noche se encerró en su casa y al día siguiente, cuando fueron a buscarla y no abrió la puerta, alguien entró por la venta y la encontró en su lecho, el mismo en el que a veces descansábamos junto con mi padre.
Mi otra abuela murió después de su última comida, ingerida después de quince días de permanecer en el hospital, cuidada por sus parientes que se turnaban para acompañarla pero que no pudieron hacerse cargo de ella en los últimos meses y que no la vieron morir.
Mi padre murió después de meses de comerse su dolor, por el mal de hígado nunca tratado. La joven que fui también ha desaparecido, aquella que aborrecía la comida con el pretexto de mantener una figura corporal que nunca llegó y que el destino reemplazó por otra muchacha, una que pudo hablar de su padre abiertamente.
Azúcar: símbolo del cariño del padre, de la madre, que entra por la boca, alimenta y da calor. Ternura: sentimiento de un cariño puro hacia ls personas, por su delicadeza o vulnerabilidad. Amantes: personas que buscan amor, el que provoca la ternura, la comida, el alcohol, la adicción.