Hace unos días me dolía mucho la cabeza porque me desvelé viendo un documental de Lady Di. La verdad es que esta mujer -pienso- la pasó muy mal en su vida. A pesar de tener un montón de dinero y de que nunca tuvo que preocuparse por su supervivencia, como la mayoría de las mujeres en el 2021, la vida de Diana nos muestra que las violencias sistémicas hacia las mujeres las padecen – y quizá con igual intensidad e inclemencia- incluso las ricas y poderosas.

El 15 de noviembre se estrenó la cuarta temporada de la serie The Crown de la cual todos estaban hablando y yo no era espectadora asidua. En mi edad adulta poco me ha llamado la atención la vida ostentosa de la llamada «realeza» que más bien es solo una pantomima; sin embargo me enteré de que actuaría como Margaret Tatcher la actriz Gillian Anderson, otrora protagonista de Los expedientes secretos X, quién realmente me parece una excelente intérprete desde que la vi en The Fall como la detective Stella Gibson. Además, también leí en las redes que en esta temporada se revisaría la vida de Lady Di, Dana Spencer. No puedo negar que surgió cierta nostalgia de mis días de infancia-pubertad, cuando acompañaba a mi madre viendo los programas de chismes o las noticias que hablaban de la princesa Diana. Incluso recuerdo vívidamente el momento en que nos enteramos de su muerte en una emisión especial de altas horas de la noche en un Canal de TV Azteca.
En fin, estas memorias me llevaron a mirar la cuarta temporada y, aprovechando, también la primera para «entenderle mejor». Porque, cabe señalar, me considero una total ignorante en temas de la historia de Inglaterra. Eso fue hace unas semanas y debo confesar que no lograba avanzar más allá de los primeros capítulos. Cada episodio me reforzaba esta idea que tengo y que también se menciona en uno de los capítulos iniciales: La familia real sólo son un conjunto de personas vanas, superficiales, mantenidas y sin trabajo. Los verdaderos «ninis» del mundo, los parásitos de la sociedad.
He estado estado revisando alternadamente las biografías en Wikipedia y otros documentales sobre las personas que componen «la familia real» y los miembros más eminentes de la política inglesa del siglo XX. Definitivamente siguen llamando mi atención, sobre otras, las figuras de Margaret Tatcher y Diana de Gales, a quienes considero los seres más vivos de este conjunto de maniquíes con poder que son los miembros de la corona.

Algo iba yo a decir sobre Lady Di. Sí: qué en la serie y en ciertos documentales que se encuentran en Youtube y Netflix la retratan como una mujer que aprovecha las circunstancias y oportunidades que le brindaba la corona, como si su más ferviente deseo fuese, en cierta manera, destruir o hacer quedar en ridículo a la familia real. Tal punto de vista me parece por demás exagerado e incoherente. ¿Cómo sería posible que una mujer joven, inexperta y prácticamente secuestrada del hogar paterno para ser enclaustrada en un castillo tuviese la capacidad de maquinar un plan maquiavélico contra la reina o la corona? Y aunque lo tuviese ¿qué posibilidades habría, siendo ella sola, sin red de apoyo, sin siquiera un confidente, mientras que la corona es un armamento de recursos capitales y humanos?
Lady Di no es sino un ejemplo paradigmático de lo que son las mujeres para las naciones y culturas que defienden el poder de la familia, el amor romántico, la pareja y el matrimonio. Una mujer joven es sólo una presa, un accesorio para que luzca el varón y sus instituciones. La mujer es un instrumento para ostentar poder, la mujer es un instrumento para la crianza y para el cuidado. La mujer no puede ser más que un animal de compañía o una muñeca. La mujer sólo debería dedicarse a la familia. Está prohibido que la mujer exprese su inconformidad, su insatisfacción, su frustración, sus más fervientes deseos. La mujer que se exhibe, que es libre, la que sale de los roles impuestos, debe ser destruida. Y esa fue la vida y la muerte de Diana Spencer: joven secuestrada por la realeza, exprimida hasta la última gota de su capacidad de amar, de cuidar, de gestar. Destrozada cuando pretendió liberarse. Qué tan lejos y qué tan cerca estamos de aquella historia.
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