Epígrafe

Al abrir una novela, sobre todo las contemporáneas, solemos encontrarnos con los epígrafes. Para el lector promedio el epígrafe no suma ni resta valor al libro. El epígrafe es una clave para el lector experimentado. Por eso no me gustan, porque, me parece, se ha convertido en una marca de estatus entre lectores y escritores.

Sobre todo si la novela es en español y el epígrafe es de una obra del inglés, alemán, o una de esas llamadas cosmopolitas pero que en realidad son poco accesibles. Al final, esa clave al inicio del texto, pocos la entienden o la toman en cuenta. Y esto lo he comprobado en los años que llevo enseñando y acompañando en talleres y clubs de lectura.

Haciendo un recuento, creo que me conformo con los epígrafes que provienen de libros sagrados, como el de Oficio de tinieblas de Rosario castellanos, que es un fragmento del Popol Vuh; o los versículos de Proverbios que introducen la Muerte sin fin de José Gorostiza.

Ese tipo de epígrafes, que remiten a conceptos e imágenes arquetípicas, me parecen más adecuados y que aportan significado, en lugar de un epígrafe en ruso de un texto que anduve buscando entre la web solo para que mi novela pudiera empezar con una frase extraña que el lector después olvidaría.

Es una opinión personal. No se espanten.
Y como toda opinión, es susceptible de contradecirse…

Mientras escribía La Bondad tuve la tentación de comenzar con un epígrafe. La verdad es que nunca encontré el idóneo. Y no es que careciera de fuentes de inspiración. Pero (y por eso también el epígrafe me causa ansiedad), creo que citar las palabras de un autor/autora al inicio del texto, levantaría expectativas que quizá no podría cumplir.

En fin, que la novela viene sin epígrafes.

Hoy mi gato me despertó a las 3 de la mañana. Tenía hambre. Y le agradezco que me haya levantado, porque estaba sumergida en una pesadilla que mezclaba sangre y machetes, tierra y policías. Quizá se deba a una carga calórica excesiva después de las 6 de la tarde, quizá a que estuve conversando con mis amigas escritoras sobre literatura de terror y lo macabra que puede ser la navidad. Cuando me desperté, mientras servía, a duras penas, croquetas a los gatos, la frase que venía a mi mente era: “desentierra tus cadáveres, saca a la luz tus cadáveres o el destino inexorable los vendrá a desenterrar por ti”.

Después recordé que, cuando me encontraba en el proceso de escritura de los primeros capítulos de mi novela, estuve leyendo ese libro de superación/psicología junguiana titulado Mujeres que corren con lobos. En los primeros capítulos encontré frases poderosas que me hubiera gustado usar como epígrafes, pero por una suerte de pudor, porque no es lo usual citar a autores de best seller en la literatura mexicana, y además porque el extracto que me interesa es casi una cuartilla, por eso no integré ningún fragmento. Sin embargo, ahora quiero compartirlo, principalmente por el sueño que tuve y como una especie de invitación para desenterrar los cadáveres por medio de nuestra escritura, así como he pretendido hacerlo desde que comencé a escribir lo que ahora se materializa frente a mí como La Bondad.

En esta clase de explotación agraria de su psique resplandece la Mujer Salvaje. No le teme a la oscuridad más oscura, pues de hecho puede ver en la oscuridad. No teme los despojos, los desechos, la putrefacción, el hedor, la sangre, los huesos fríos, las muchachas moribundas ni los esposos asesinos. Puede verlo todo, puede resistirlo todo y puede ayudar. Y eso es lo que está aprendiendo la hermana menor del cuento de Barba Azul.

Cuando hablamos de los cuerpos esparcidos por el sótano, estamos diciendo que algo le ocurrió a la fuerza del alma, pese lo cual, aunque a la mujer le hayan arrebatado la vitalidad exterior y aunque le hayan arrancado esencialmente la vida, esta no ha sido destruida por entero. Puede resucitar.
Y resucitar por medio de la joven y de sus hermanas que, al final, pueden romper las viejas pautas de la ignorancia, gracias a su capacidad de contemplar el horror y no apartar la mirada. Son capaces de ver y de resistir lo que ven.

El cuento de Barba Azul nos muestra la tarea que tenemos que llevar a cabo y nos da instrucciones muy claras: localizar cuerpos, seguir los instintos , contemplar lo que se tenga que contemplar, echar mano del músculo psíquico y acabar con la fuerza destructora.
Si una mujer no contempla las cuestiones de su propia muerte y su propio asesinato, seguirá obedeciendo los dictados del depredador. En cuanto abre la puerta de la psique y ve hasta qué extremo está muerta y asesinada, comprende de qué manera las distintas partes de su naturaleza femenina y de su psique instintiva han sido asestadas y han sufrido una lenta muerte detrás de una espléndida fachada. Y, en cuanto comprende lo atrapada que está y el peligro que corre su vida psíquica, está en condiciones de imponerse con más fuerza.

Mujeres que corren con lobos, de Clarissa Pinkola Estés

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