Ecplise

Cada quien tiene su recuerdo del eclipse del 91. La memoria de ese día viene a mí cada tanto. Este 8 de abril ocurrirá de nuevo y me acordé. En ese tiempo yo tenía 4 años. Estaba en la sala con mi tío Z. Solo nosotros dos. Mirábamos la transmisión del eclipse en algún noticiero.

Mi tío solía ver la tele durante muchas horas e incluso se desvelaba por esa causa. Creo que de él adquirí esa manía de dormir hasta tarde con una pantalla prendida, con un ruido de fondo. También fue de él por quién adquirí ese gusto por ciertas películas mexicanas, por las películas raras del Once a medianoche y por la música de Black Sabbath, cuyo concierto transmitieron alguna vez por aquel canal.

Veíamos el eclipse por la tele. Yo tenía 4 años y él quizá 22. Antes que la oscuridad completa invadiera el ambiente salimos a la calle.

No se podía ver al cielo. Lo decían en las noticias. No teníamos lentes ni aparatos adecuados. Así que salimos a la calle solo a sentir el eclipse. A sentir la oscuridad en pleno día. Solos él y yo.

Hubo otros momentos que compartimos solo él y yo. Cuando me desvelaba haciendo la tarea de la secundaria o de la prepa, él me acompañaba, viendo la tele.

Yo salía muy temprano para la escuela, porque era una hora de camino. Salía de madrugada. Tenía que tomar toda la línea 3 del metro, desde Centro Médico hasta Indios Verdes. Me iba sola.

Un día mi tío quiso acompañarme. Y así, en silencio, salimos de madrugada. Y otra vez estábamos él y yo bajo la oscuridad de las calles. Andando bajo las farolas y el ruido de los autos.

Esta imagen de mi tío y yo es tan persistente, que una vez soñé que huíamos de algo, él y yo. Saltábamos por los techos de la ciudad hasta que ya no había más donde correr y los dos nos dejamos caer al vacío. Ahí me desperté.

Así hemos estado mi tío Z. y yo durante mucho tiempo, andando por lugares sombríos, cayéndonos, y despertando de nuevo, una y otra vez, cada uno envuelto en su propia oscuridad.

A mi tío, lo recuerdo siempre y lo quiero, pero de una forma agridulce. De la misma forma en que uno se encariña con una plantita que nunca dio una flor y un día se secó.

Ahorita no sé dónde dónde anda. No sé cómo ni en dónde ni con quién vivirá su próximo eclipse.

Y ese recuerdo de nosotros dos debajo del cielo oscuro, se queda aquí, y de esas veces que nos hemos acompañado sin poder alumbrarnos. Y ni siquiera sé si nos corresponde.

Perras de reserva de Dahlia de la Cerda

Rima un poco el título. En fin. Quiero empezar una serie de reseñas sobre libros de autoras jóvenes, vivas, que están escribiendo ahora mismo. Y esto no es más que el fruto de la necesidad. Me pasa seguido. Busco en internet la reseña de algún libro recientemente publicado, de autores de mi alrededor, no la hay. Sí, ahí están las notas de que lo presentó, sí, ahí están sus redes sociales. Sí, ahí están las reseñas de Goodreads que ayudan mucho para acercarse a la obra, pero falta el juguito de la reseña, del qué se trata, del a ver si me convence. Entonces, por eso ando aquí.

Y decidí comenzar con la reseña de Perras de reserva* de Dahlia de la Cerda, solo porque recién terminé de leerlo en el Club de lectura que coordino #Novelatura: un club de lectura de narrativas (antes leíamos solo novela pero a petición de las lectoras ampliamos los horizontes).
Traigo en mente otras reseñas de otras excelentes autoras vivas que compartiré después.

También quise iniciar esta serie de reseñas con “Perras…” porque, seamos honestos, es clickbait. Lo que dice y escribe Dahlia genera polémica, y este libro no quedó exento.


Recuerdo que hace tiempo un onvre del internet se andaba quejando de que si la autora usaba correctamente o no las palabras coloquiales, que si eran propias de cierta región, no se qué. A ver, amigo, es F I C C I Ó N, entiende. Si hasta el buen Rulfo ya nos dejó claro que el lenguaje de los personajes, por más “realista” que quiera parecer, siempre es una impostura del autor. El lenguaje, el mundo en el que viven, las formas de relacionarse de los personajes, si tiene que responder a algo, es a la lógica interna del texto, papá.


En este sentido, en cuanto a la forma, si a algo es fiel este texto, es a su propia poética, de dónde surgen las historias. En primer lugar, porque los personajes de varios de estos cuentos están vinculados estrechamente. La protagonista del cuento 2 aparece en el 4 como secundaria y en el 6 como circunstancial, por simplificar; aunque en la portada de Sexto Piso se explican las relaciones.

La edición de Sexto Piso


La segunda fidelidad es precisamente el lenguaje; se podría decir que todos los cuentos abrevan del mismo caló, que es una mezcla de lenguaje posmoderno popular de las redes sociales con una tendencia a resaltar las marcas de los productos.

“Era rebonito. Nomás imagínate un chingo de morritos agarrando a plomazos botellas de Buchanan’s y Moët y bailando caballos. Bien a gusto, plebe. De morrito tenía un caballo que se llamaba el Pinto. Me gustaba un chingo montarme en él y cabalgar sierra abajo.”

Yuliana

El tercer rigor de estos cuentos es la narrativa en primera persona. Todos y cada uno de los cuentos están narrados por su protagonista, ya sea que esté viva o muerta y, por supuesto, todas son personajAs protagonistas femeninas. Para las lectoras menos experimentadas esta única voz podría causar alguna confusión, mientras que aquellas con más experiencia comentan que resulta «cansado». Creo que se resuelve dejando pasar un poco de tiempo entre un cuento y otro, para darle chance a la mente de dejar a una personajA en paz y después involucrarse en las aventuras de la siguiente. 😉

¿Cuántas fidelidades voy? Creo que por la cuarta. La última y más poderosa lógica interna de este conjunto de cuentos es, precisamente, la fidelidad entre las mujeres. Así como los personajes se entrelazan, la lectora se dará cuenta de que estas protagonistas podrán odiar, robar, golpear, mandar asesinar, y asesinar en propia mano a quien se cruce en su camino, pero aún se mantiene la culpa y la resistencia si el personaje es una mujer. Por eso, en el cuento que, en mi lectura, me parece el más entrañable, “Que Dios nos perdone”, las hermanas se lamentan haber matado a palos a cierta persona, solo porque descubren que es mujer, si hubiese sido hombre quizá hasta lo celebran.


“La muchacha que se les metió a robar», nos contestó el oficial. Híjole, mijo, se me rompió algo por dentro. Yo jamás pensé que fuera una chamaca, ¡te juro que parecía un cabrón! ”

Que Dios nos perdone

La China accede a ciertas peticiones de Yuliana, solo porque es su “jefA” y por un cariño recién nacido entre ellas. Y Yuliana, a su vez, no se detiene hasta ver satisfecha su venganza por la muerte de su amiga. Si algo se presenta en estos cuentos es la “sororidad”, incluso en los mundos del crimen.


“Se persignó al pronunciar el nombre de Regina. «Patrona —le respondí—, usted sabe que, si me ordena «quiébrate a ese cabrón», yo lo hago nomás porque es una orden de usted, ¿por qué me ofrece tanta cosa?« ”

La China

El conjunto de cuentos de Dahlia de la Cerda en este libro Perras de reserva, es sencillamente poderoso, abrumador, fuerte, demasiado directo. Expone su tesis claramente y la sostiene hasta el final.


Primer cuento, “Perejil y Coca-cola”: “Hice todo lo contrario, quizás porque quería que las cosas acabaran mal, por ejemplo, conmigo en el hospital o en la cárcel o en ambos lados.”


Último cuento, “Huesera”: “Pero estoy cansada y me quiero tatuar: me rebelo porque quiero seguir viva, y si no te suelto, si no te dejo ir, la tristeza me va terminar matando.”


Muestra diversas situaciones de violencia en las que viven las mujeres, desde la migrante que busca una mejor vida y se monta a La Bestia, hasta la hija de narco que tiene que aprender el negocio. Es un libro que “despierta”. A ver si me explico, no te permite dormirte, no te permite distraerte, el ritmo de sus palabras es acelerado y exige que andes con sus personajes hasta el final de su aventura, que descubras si salieron vivas o no, del embrollo.


Estos cuentos exponen una realidad de las mujeres mexicanas que nos persigue desde hace años, las muertas, pero no solo muertas, asesinadas, mutiladas, arrojadas al baldío, al lado de la carretera, en la orilla de un río. Una realidad atroz. A muchos “críticos literarios” la exposición de estos temas los hastía y los horroriza, no aguantan. En lo personal, aplaudo que existan escritoras que no le temen a señalar una y otra vez esta realidad, que nos afecta tanto que se ha apoderado hasta de nuestras preocupaciones escriturales. Y es que la escritura es una manera de darle forma al caos, de dibujar un mapa para poder encontrar una salida.


A mí, la verdad, me conmueve la salida que se plantea en dos de los cuentos de “Perras…”. De la muerte no puedes escapar y si eres mujer o si expresas feminidad, en México corres más peligro; pero la autora inserta la fantasía: una mujer que se convierte en vampiro y logra vengarse de sus agresores (“La sonrisa”) o una mujer trans cuyo espíritu logra reunirse con sus amigas y camina alegre en medio de la noche (“Lentejuelas”). Bueno, por lo menos así.


El conjunto de cuentos que conforman “Perras de reserva”, son parte de una literatura escrita por autoras vivas que se sumerge en nuestras realidades como mujeres, que no le da la espalda al horror y que mantiene la esperanza de que si algo puede mantenernos vivas es la lealtad que nos tenemos.

Aquí toda feliz cuando Dahlia me firmó mi ejemplar de «Perras de reserva» en la FIL Guadalajara 2023

*De la Cerda, Dahlia. Perras de Reserva. 1a. ed., 7ma reimp. México: Sexto Piso, 2023.

Mis mejores lecturas del 2023

Por tercer año consecutivo comparto mi recuento de lecturas del año. Fue un gran año, con mucho autor y autora clásico, Premio Nobel y mis primeras lecturas literarias en francés.

Mis mejores lecturas de este año

En estricto orden cronológico, de acuerdo con mi registro en Goodreads.

La historia comienza, de Amos Oz

El autor israelí siempre ha sido de mis predilectos. Narra desde una profunda conexión con el alma humana y nos deja conocer a las personas que habitan en Israel, más allá de los conceptos políticos que tengamos sobre aquella ciudadanía. He leído de él Escenas de la vida rural, El mismo mar, que me fascinaron, su ensayo Contra el fanatismo y esta recopilación de ensayos sobre el inicio de emblemáticos relatos y novelas. Es un libro breve, que se puede leer a cucharadas diarias. Gracias a él descubrí y gocé la maravillosa Effie Briest de Theodore Fontane. Amos Oz, además de un escritor delicado, es un crítico literario finísimo. Recomiendo mucho este libro para quienes nos dedicamos al oficio.

Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

Una lectura que venía arrastrando desde finales de 2022 y después de haberla concluido en enero del 23, volví a gozarla en formato de audiolibro. Genial, malévola, grandiosa. Una historia de amor, pasión, muerte, obsesión, venganza. Yo la resumo como «la novela de los terrenos» y le hice un video. Un clásico de la literatura.

El patriarcado del salario, de Silvia Federici

Dice Julieta Venegas que en este libro no se habla del trabajo doméstico pero yo si llegué hasta esa parte. Lo escuché en audiolibro. Sigo estudiando los feminismos porque, como dice Simone de Beauvoir, parafraseo: no te vayas a dormir porque te quitan tus derechos. Comparto un fragmento:

Tan pronto como levantamos la mirada de los calcetines que remendamos y de las comidas que preparamos, observamos que, aunque no se traduce en un salario para nosotras, producimos ni más ni menos que el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo. El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza y cuidado de nuestros hijos ―los futuros trabajadores― cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas.

Esta es la razón por la que, tanto en los países «desarrollados» como en los «subdesarrollados», el trabajo doméstico y la familia son los pilares de la producción capitalista. La disponibilidad de una fuerza de trabajo estable, bien disciplinada, es una condición esencial para la producción en cualquiera de los estadios del desarrollo capitalista. Las condiciones en las que se lleva a cabo nuestro trabajo varían de un país a otro. En algunos países se nos fuerza a la producción intensiva de hijos, en otros se nos conmina a no reproducirnos, especialmente si somos negras o si vivimos de subsidios sociales o si tendemos a reproducir «alborotadores». En algunos países producimos mano de obra no cualificada para los campos, en otros trabajadores cualificados y técnicos. Pero en todas partes nuestro trabajo no remunerado y la función que llevamos a cabo para el capital es la misma.

Lograr un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero. El doble empleo tan solo ha supuesto para las mujeres tener incluso menos tiempo y energía para luchar contra ambos. Además, una mujer que trabaje a tiempo completo en casa o fuera de ella, tanto si está casada como si está soltera, tiene que dedicar horas de trabajo para reproducir su propia fuerza de trabajo, y las mujeres conocen de sobra la tiranía de esta tarea, ya que un vestido bonito o un buen corte de pelo son condiciones indispensables, ya sea en el mercado matrimonial o en el mercado del trabajo asalariado, para obtener ese empleo.

Al faro, de Virginia Woolf

Esta obra es un reto, ya que el narrador testigo es como el aire, sigue a sus personajes por las habitaciones y patios de la casa de los Ramsay, familia protagonista. Repasa episodios de su vida, de cuando estuvieron juntos y la evolución interna de algunos miembros. Nos muestra cómo es la vida, solo un lienzo en el tiempo donde se imprimen escenas, pensamientos, emociones, que se suceden unas a otras, con el mismo paso del tiempo se desvanecen y se van, y solo permanece El Faro, que observa la casa y es observado por ella, sempiternamente.

Desgracia, de J. M. Coetzee

Primera vez que leo a este escritor. Absolutamente maravillada. Este novelón con su título ya nos adelanta un viaje de aquellos. Es la historia de un profesor que seduce a una estudiante, tiene relaciones con ella, pero forzadas; lo corren de la escuela por ese motivo… y eso apenas es la primera parte de la novela. Después, va donde vive su hija, en una comunidad alejada de Sudáfrica, para “reponerse” del mal trago que vivió en la ciudad, y ahí empieza la verdadera odisea de este hombre que constantemente tiene que estar enfrentando su visión de mundo con la realidad apabullante que se le presenta. Una novela fenomenal que se introduce en lo más oscuro y violento de la moralidad y la sociedad.

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L’étranger de Albert Camus

No sé cuántas veces he leído esta novela y siempre termino destruida. Esta vez me animé a leerla en francés y el final simplemente me parece uno de los más asombrosos de la literatura universal. Por cierto, el final de La peste también me parece fabuloso. ¿Camus tiene algún libro donde hable de su proceso creativo? Aún tenemos mucho que aprenderle.

Alguien que me nombre, Sofía E. Mantilla (Argentina)

La primera novela de Sofía y la primera publicada del Programa de Tutoría en Novela de la UNAM. Es una obra con una manufactura exquisita. Greta, la protagonista, es una mujer como yo, como nosotras, en sus treinta, que renta, desempleada y que batalla con las exigencias del capitalismo. Se ha separado de su pareja y al poco tiempo conoce un hombre del que comienza a enamorarse. En un contexto de violencia, precarización y muerte (porque esta obra ocurre en la Latinoamérica real) el nuevo amor de Greta, desaparece. En su búsqueda, la protagonista se encontrará con verdades sobre sí misma y sobre los demás. Por favor, léanla. La pueden adquirir aquí.

Frankie y la boda, de Carson McCullers

Estoy convencida de que la escritora norteamericana es indispensable para cualquiera de las que nos dedicamos al oficio. Su escritura es profunda y sus personajes realmente evocan un conflicto interno, incluso las niñas y niños, como son los protagonistas de esta novela corta.

La niña del canal de Thierry Lenain

Un problema tan grave como el abuso hacia menores, tratado en una historia que puede ocurrir en Francia o en Latinoamérica. Es un libro catalogado como Literatura Infantil y Juvenil pero definitivamente a quien más nos beneficia leerlo es a los adultos.

Beloved, de Toni Morrison

Beloved es el nombre de la hija muerta de Zethe, la protagonista. Zethe había vivido como esclava en una finca, junto con toda su familia, esposo e hijos. La familia planea darse a la fuga y lo logran, pero Zethe es recapturada. En este contexto su hija muere y acusan a Zethe del suceso, por lo que permanece en prisión un tiempo. Luego la liberan, pero su vida ya no es la misma, incluso después de la abolición de la esclavitud; Zethe se pregunta si ha valido la pena tanto sufrimiento. Entonces llega Beloved, una chica que se hace pasar por su hija muerta y revoluciona la vida de Zethe y su familia. Esta obra es una poesía narrativa y un testimonio de la atrocidad de la esclavitud, que ha marcado a generaciones y generaciones de familias afrodescendientes.

Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexievich

Me pasó lo mismo que con La guerra no tiene rostro de mujer, tenía que detenerme, hacer pausas, a causa del llanto. Me sigue impresionando que, como humanidad, seamos capaces de tanta atrocidad, tanto dolor, de autodestruirnos como especie, de arrasar con el planeta que habitamos. Los libros de esta Premio Nobel de Literatura son un testimonio de nuestro paso por el universo y son necesarios, se necesitan estas voces, este ruido, este grito de lo que somos.

Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez

Un descubrimiento vivificante. Aire fresco entre tanta literatura burguesa que por ahí abunda, entre tanta romantización de las revoluciones y los revolucionarios. Cuando terminas de leer este libro solo puedes decir: Bestial. Eso.

Soy un gato, de Natsume Soseki

Cómo batallé con la lectura de este choncho, pero lo logré y amé profundamente al gato. Me destruyó por completo.

L’Amant de Marguerite Duras

Otra novela corta que leí ahora en francés. Sublime. Y con esta lectura de mi época adulta, me doy cuenta del dolor que hay en las palabras de Duras. No es una novela de amor, no es una novela erótica, es una novela sobre el trauma de la pobreza y el abuso. Y sin embargo, está ahí la maestría de la narración poética. Grande Duras.

Short Cuts, de Raymond Carver

Había visto la película y sabía que los relatos serían una genialidad. En efecto. Una prosa directa, clara, sencilla y al grano. Me identifiqué con su visión de mundo y la postura desde la que aborda los conflictos. Desde abajo y desde saber que hay algo roto dentro de uno. Ya sé que existe esa polémica de que si el editor, que si no sé qué. Pues a mí me parece que Carver y su editor, los dos, tenían muy claro su papel y su función en el sistema de la literatura. Y ahí están los textos, para que nos deslumbren.

Que este 2024 sea de grandes momentos de lectura para todas y todos.

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Epígrafe

Al abrir una novela, sobre todo las contemporáneas, solemos encontrarnos con los epígrafes. Para el lector promedio el epígrafe no suma ni resta valor al libro. El epígrafe es una clave para el lector experimentado. Por eso no me gustan, porque, me parece, se ha convertido en una marca de estatus entre lectores y escritores.

Sobre todo si la novela es en español y el epígrafe es de una obra del inglés, alemán, o una de esas llamadas cosmopolitas pero que en realidad son poco accesibles. Al final, esa clave al inicio del texto, pocos la entienden o la toman en cuenta. Y esto lo he comprobado en los años que llevo enseñando y acompañando en talleres y clubs de lectura.

Haciendo un recuento, creo que me conformo con los epígrafes que provienen de libros sagrados, como el de Oficio de tinieblas de Rosario castellanos, que es un fragmento del Popol Vuh; o los versículos de Proverbios que introducen la Muerte sin fin de José Gorostiza.

Ese tipo de epígrafes, que remiten a conceptos e imágenes arquetípicas, me parecen más adecuados y que aportan significado, en lugar de un epígrafe en ruso de un texto que anduve buscando entre la web solo para que mi novela pudiera empezar con una frase extraña que el lector después olvidaría.

Es una opinión personal. No se espanten.
Y como toda opinión, es susceptible de contradecirse…

Mientras escribía La Bondad tuve la tentación de comenzar con un epígrafe. La verdad es que nunca encontré el idóneo. Y no es que careciera de fuentes de inspiración. Pero (y por eso también el epígrafe me causa ansiedad), creo que citar las palabras de un autor/autora al inicio del texto, levantaría expectativas que quizá no podría cumplir.

En fin, que la novela viene sin epígrafes.

Hoy mi gato me despertó a las 3 de la mañana. Tenía hambre. Y le agradezco que me haya levantado, porque estaba sumergida en una pesadilla que mezclaba sangre y machetes, tierra y policías. Quizá se deba a una carga calórica excesiva después de las 6 de la tarde, quizá a que estuve conversando con mis amigas escritoras sobre literatura de terror y lo macabra que puede ser la navidad. Cuando me desperté, mientras servía, a duras penas, croquetas a los gatos, la frase que venía a mi mente era: “desentierra tus cadáveres, saca a la luz tus cadáveres o el destino inexorable los vendrá a desenterrar por ti”.

Después recordé que, cuando me encontraba en el proceso de escritura de los primeros capítulos de mi novela, estuve leyendo ese libro de superación/psicología junguiana titulado Mujeres que corren con lobos. En los primeros capítulos encontré frases poderosas que me hubiera gustado usar como epígrafes, pero por una suerte de pudor, porque no es lo usual citar a autores de best seller en la literatura mexicana, y además porque el extracto que me interesa es casi una cuartilla, por eso no integré ningún fragmento. Sin embargo, ahora quiero compartirlo, principalmente por el sueño que tuve y como una especie de invitación para desenterrar los cadáveres por medio de nuestra escritura, así como he pretendido hacerlo desde que comencé a escribir lo que ahora se materializa frente a mí como La Bondad.

En esta clase de explotación agraria de su psique resplandece la Mujer Salvaje. No le teme a la oscuridad más oscura, pues de hecho puede ver en la oscuridad. No teme los despojos, los desechos, la putrefacción, el hedor, la sangre, los huesos fríos, las muchachas moribundas ni los esposos asesinos. Puede verlo todo, puede resistirlo todo y puede ayudar. Y eso es lo que está aprendiendo la hermana menor del cuento de Barba Azul.

Cuando hablamos de los cuerpos esparcidos por el sótano, estamos diciendo que algo le ocurrió a la fuerza del alma, pese lo cual, aunque a la mujer le hayan arrebatado la vitalidad exterior y aunque le hayan arrancado esencialmente la vida, esta no ha sido destruida por entero. Puede resucitar.
Y resucitar por medio de la joven y de sus hermanas que, al final, pueden romper las viejas pautas de la ignorancia, gracias a su capacidad de contemplar el horror y no apartar la mirada. Son capaces de ver y de resistir lo que ven.

El cuento de Barba Azul nos muestra la tarea que tenemos que llevar a cabo y nos da instrucciones muy claras: localizar cuerpos, seguir los instintos , contemplar lo que se tenga que contemplar, echar mano del músculo psíquico y acabar con la fuerza destructora.
Si una mujer no contempla las cuestiones de su propia muerte y su propio asesinato, seguirá obedeciendo los dictados del depredador. En cuanto abre la puerta de la psique y ve hasta qué extremo está muerta y asesinada, comprende de qué manera las distintas partes de su naturaleza femenina y de su psique instintiva han sido asestadas y han sufrido una lenta muerte detrás de una espléndida fachada. Y, en cuanto comprende lo atrapada que está y el peligro que corre su vida psíquica, está en condiciones de imponerse con más fuerza.

Mujeres que corren con lobos, de Clarissa Pinkola Estés

Con esa boquita comes

Ni siquiera recuerdo qué grosería o qué palabra dije. Estoy segura de que no fue una grosería de esas que empiezan con la letra p o con la ch. En la secundaria yo no decía groserías. No fue ninguna de esas palabras sino más bien un improperio. Maldito, estúpido, idiota, imbécil. Fue una de esas. Estaba comprando una sincronizada en la cafetería de la secundaria y le dije a mi amigo algo así: maldito, estúpido, idiota, imbécil. Seguramente dije: “no digas estupideces”, “maldita sea”, “cómo eres idiota”, “eres un imbécil”. Algo como eso. La señora que atendía en la cooperativa de la escuela, mientras me daba mi sincronizada calentada en horno de microondas, me interpeló: “¿Con esa boquita comes?”.

Sentí vergüenza. En ese momento me di cuenta de que tenía que poner atención a lo que salía de mi boca. No era correcto que yo hablara así.

Cierto día, cuando iba a la primaria, en el recreo dije una grosería. Quizá dije: “pinche”. “Pinche…algo”: pinche dinero, pinche escuela, pinche maestra. Iba en segundo grado. Mi amiga abrió tamaños ojotes y me preguntó: “¿Así se expresan en tu casa?”. Ahí me di cuenta de que tenía que cuidar lo que salía de mi boca. No solo afectaba a mi imagen sino a la de mi familia. Por mucho tiempo no dije ninguna grosería.

Y estamos de nuevo en la secundaria, en la época en que no decía «malas palabras». Me preparaban para una simulación de las Naciones Unidas. Nunca entendí la función de aquel evento, en donde cada estudiante hacía las veces de embajador de un país. A mí me tocó “República del Congo”. En mi casa no había biblioteca. Así que es probable que haya estudiado sobre este país en alguna enciclopedia recién comprada por mi madre en abonos o en algún libro de texto. No creo haber estudiado en alguna monografía. Era poco probable que vendieran una sobre el olvidado africano país del Congo. Como pude, preparé mi exposición y la presenté ante los maestros. Al finalizar, uno de los profesores se rió y dijo: “esta niña habla muy coloquial”. Sentí el rubor de la vergüenza en las mejillas. Sí, yo era “coloquial”, yo era una niña que vivía en una colonia pobre, en una casa de lámina, hija de unos padres de limitada educación. Ahí entendí que lo que sale de mi boca también delata mi origen, mi clase social.

«¡Qué bárbara!» Me dijo una vez un profesor en la universidad, después de que le conté algunas aventuras de mi colonia. Salvaje, rupestre, cerril. Cuántas veces me han pedido que no diga algo o que mida mis palabras.

La sociedad encuentra infinitas maneras de silenciar y de avergonzar por sus palabras a las niñas y mujeres. Nos piden que seamos calladas, que no hablemos de más, que no hablemos mal, que no digamos groserías, que no nos quejemos, que no hagamos tanto alarde ni tanto drama. Les hice caso durante algún tiempo. Alcanzaron a censurarme, me callé, no dije todo lo que pensaba, se me trabó la lengua, tache, borré mis escritos, no encontraba las palabras.

Dentro de poco se publicará una novela con mi nombre en la portada. El contenido del libro, es probable, avergonzará a la señora de la cafetería de la secundaria, a mi compañera de primaria, a mi maestro, incluso, lo sé, la cantidad de groserías que contiene espantará a mi mamá. Una parte de mí aún se ruboriza por lo que he escrito. Pero ¡ah!, siento un alivio de poder haberlo dicho, esa es mi voz. Y con esa boca, como.

Muy pronto podrán adquirir mi primera novela La bondad en la red de Librerías de la UNAM.

https://www.libros.unam.mx/la-bondad-9786073079587-libro.html